Las bicicletas no
sólo son para el verano, y contradigo con ello el título de la obra de teatro de
Fernando Fernán Gómez y la película del mismo título de Jaime Chávarri. Como
una demostración científica vamos a certificar tal aseveración, pues en torno a
nuestro vehículo de dos ruedas de
propulsión humana, donde el pasajero es a la vez motor, ocurren historias
en todas las estaciones del año, aunque cierto es que en verano, y también en
primavera, con el buen clima siempre hay más tiempo y mejor disposición para
dar un paseo ciclista, o biciclista, como
decía un niño amigo mío, con la posibilidad incrementada en altos porcentajes
de probabilidad de que sucedan no una, sino múltiples historias.
Esta historia que les cuento a ustedes en esta ocasión pasó
no hace mucho a una buena amiga, lo
cual creo que es una redundancia, porque si es amiga se le supone buena, aunque
bueno, me estoy metiendo en un buen jardín.
Digamos que le pasó a una amiga, sin más. Como iba diciendo, los hechos
acaecieron en pleno otoño, en una mañana
de las que amanecen bien frías, aumentada la sensación térmica por la falta de costumbre y por un
viento muy desagradable. Son de esas mañanas en las que a medida que
transcurren las horas y el sol hace su aparición, hay un momento en el que
empiezan a sobrar algunas prendas de vestir, prendas de las es mejor no desprenderse, porque la
tarde, y sobre todo la noche, llegarán irremediablemente para echarlas en falta,
y además con el riesgo cierto e inminente de acabar pillando en caso ausencia
de tales (las prendas) el primer resfriado de la temporada.
Mi amiga, que como la inmensa mayoría de los mortales
estamos adaptándonos a los momentos que nos está tocando vivir, y donde ir de
tapas o restaurantes se mide de forma cada vez más ajustada (o falta dinero o
sobra mes), había previsto almorzar con un grupo de otras tantas féminas, para
lo cual en casa de una de ellas habían previsto llevar cada una algo cocinado
previamente. La anfitriona gastrónoma vive
en un extremo de la ciudad de Sevilla, y mi amiga en el otro, digamos que a un buen paseo, que por carriles bici y
bici de alquiler, a no más de media hora. Así que hacia allá se va ella, con un
taperware en la cesta de la bicicleta
y conteniendo el mismo las mejores espinacas con garbanzos que hasta el momento
le habían salido, “buenísimas”, según
me dijo.
Marina, que así se llama mi amiga, pedaleando llevaba un
rato cuando el sol convierte el agradable paseo ciclista en un viaje un tanto
acalorado. Se detiene un momento, y se despoja de su chupita de cuero, que estaba provocando, de forma lógica, algo
parecido a un efecto invernadero en mi ciclista amiga. Adviértase que la chupita no era de cualquier color, sino
de color azulino, no azul, celeste o
turquesa, sino azulino, matiz o
apreciación de color casi imposible para la percepción masculina, pero que para
el género femenino es clarísimo distinguir y clasificar, como fácilmente
diferencia el color carne del beige, o el malva del morado, por poner algunos
ejemplos de tan significada habilidad cromática. Con todo ello, se quiere poner
de manifiesto, además, la exclusividad
de la prenda, toda una chaquetilla o torera de cuero de color azulino, y que posicionó
en la misma cesta justo encima de su exquisito y tradicional plato de cocina
andaluza, las espinacas con garbanzos.
Pues bien, llegada a su destino y aparcada la bicicleta en
el espacio habilitado reglamentariamente, y quizás aún un poco mareada y seguro
que cansada por el pedaleo bajo el sol, cuando alcanza la última planta del
edificio y delante de la puerta del piso de la anfitriona, echa en falta
aquello que traía y que se ha dejado olvidado en la mencionada cesta. Vuelve al
callejero parking de bicis, ahora corriendo a buen ritmo (sólo le faltó nadar
en el río Guadalquivir para completar todo un triatlón), y a unos metros de su
alquilado vehículo respira algo más tranquila al ver su exclusiva chupita, pero
ya más cerca, al tomarla de la cesta, se da cuenta que ya no hay nada más debajo:
¡habían desaparecido las espinacas con garbanzos!
La cara de mi amiga cuando me lo contó era una mezcla de
asombro o de perplejidad mezclada con la sensación de gratitud por no haber
sido desposeída de una de sus prendas favoritas. A la misma vez, recordaba
recreándose en su creación culinaria, y se alegraba al menos por el hecho de
que alguien que seguramente lo necesitaba mucho más se habría alimentado por lo
cocinado por ella con tanto esmero, esperando al menos, eso sí, que esa persona disfrutara,
sola o en compañía, de sus buenísimas espinacas con garbanzos, alguien que tuvo
el detalle o deferencia de dejarle a ella seguir disfrutando de su preciada y excluida chupita de cuero
azulino.
En fin, como dijo Albert Einstein una vez, o puede que más veces,
“La vida es como montar en bicicleta.
Para mantener el equilibrio hay que seguir pedaleando”.
¡Felices Fiestas de
Navidad y Buen Año 2014!