Lo ves salir, lentamente, desde la misma entrada de la estación, casi al mismo tiempo que se oye un sonido como de comunicar un teléfono pero más intermitente y corto, que te avisa, o te informa más bien, que se van cerrando las puertas correderas, y que el tren se va. Y tú, tú aún detrás del torno de entrada, y sabes que irremediablemente el tren se irá, sin ti.
¿Un minuto ha faltado? ¿treinta segundos quizás? ¿o puede que menos?
¡Si no se me hubiera olvidado el almuerzo encima de la mesa del salón cuando ya en la calle tuve que volver! ¡Si no se me hubiera extraviado mi pequeño monedero donde guardo mi bono mensual y que tenía en otro compartimento de mi mochila! ¡Si no me hubiera quedado un poco más de tiempo en la cama cuando sonó el despertador! En fin...
Cuando se pierde un tren siempre hay más de una causa, aunque te acuerdes más de la más inmediata. En quince minutos sale otro. Menos mal que se trataba de un tren de cercanías...
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