Más que relatos son microrrelatos. El primero, aunque con cierta base real de localización geográfica y efectiva venta de souvenirs, es pura ficción y puro divertimento. El segundo, no es que esté basado en hechos acaecidos en la realidad, es que en verdad se cuenta tal y cómo pasó...
Abanicos
Yo era un joven abogado, pasante, que no becario. Por no tener, no tenía ni turno de oficio. Mi padre, para animarme me decía con mucha confianza y ningún argumento: “pues mejor, porque para defender a la chusma y escoria de la sociedad, mejor aprendes y te haces un abogado de los buenos”. Entonces, mi vida cambió en un segundo ¡tú for fai! ¡TÚ FOR FAI! Un tumulto de turistas rodeaba a una mujer gitana en
¡Niño, ríete!
Un hijo mío, como su madre, es de carácter retraído, serio y hasta solemne, si se tercia. Cosas de la genética, será. Utrera, mediados de marzo, lunes, cinco de la tarde. Delante del mostrador y del numeroso público, en el ejercicio de recoger su encargo en forma de libro-comic (que no cito por ser su título excesivamente largo para un microrrelato como este que no debe superar un determinado número de palabras), mi vástago adquiere el semblante frío y calculador de un anticuario en la subasta de un incunable: brazos cruzados, rostro impasible. ¡Niño, ríete, que eres más serio que El Viti, que citaba a los toros en el juzgado! Y qué razón tiene el señor. Mas en la librería-papelería de mi amigo Isidoro, aunque esté cerca de los juzgados, no se llevan y traen asuntos para un rictus tal, y mi hijo (y de su madre), ante mi risueña mirada y mi cómplice arqueo de cejas orientado al desconocido amigo, regala al respetable su tímida y sincera sonrisa, que tranquiliza y contagia a su interpelante taurino ¡Menos mal! Eso sí, todo ello previo ligero y paternal cosquilleo debajo del brazo, de mi hijo, claro está.