A lo largo de mi vida sólo
me han dedicado un par libros o tres, con su correspondiente dedicatoria
nominativa por parte de sus autores. No han sido muchos, la verdad, y eso que de
libros tenemos unos cuantos de cientos, y de cuentos, cien y cientos. El motivo
puede ser que no soy muy mitómano que digamos, y porque lo cierto y verdad es
que siempre me ha dado un poco de vergüenza, pudor, o lo que sea. Por poner un
ejemplo, diré que jamás he pedido un autógrafo a ninguna persona famosa, aunque
ganas no me han faltado alguna que otra vez, y lo de hacerme una foto, mucho
menos. En fin, cosas mías.
Y para un libro que me
dedican recientemente, previa adquisición, haciendo mi correspondiente cola,
tras una presentación solemne solemnísima, la dedicatoria es: “Para Diego, con el deseo de que le interese
este libro. Un abrazo” (Firma ilegible). Que desea me interese, dice el
autor. Pues bueno, en eso no se va equivocar el hombre, porque si no me interesara como que no hubiera ido a la presentación y no hubiera comprado su novela. Pero “no”
es una palabra muy corta y muy contundente. Porque con las referencias
que tenía, yo sabía positivamente, y estaba más que seguro, que sí me iba a gustar, y claro está, adelanto
desde ya que efectivamente sí me ha interesado, no sea que alguien interprete a
priori de forma contraria.
Cuando leí por primera
vez la dedicatoria, in situ y delante
del novelista, me pareció austera, sencilla y muy modesta. Me sorprendió, un
poco, pero no tanto. No sólo por conocer la biografía del autor, su humanista y
vasta formación, su dilatada y polifacética trayectoria profesional, sus
múltiples publicaciones, sino también porque dedicaba su libro a una persona
desconocida, cosa de la que nos olvidamos cuando estamos delante de alguien
reconocido o famoso, que como lo vemos frecuentemente en los medios de
comunicación, se nos olvida la imposible reciprocidad del trato, su conocimiento
y mucho menos el reconocimiento. El autor se llama Antonio Guerra, y su libro “La
Mina”.
No piense que voy a
hacer ninguna crítica de La Mina. Ya
se ha escrito en nuestra revista sobre el autor y sobre su libro, primera parte
de una trilogía que se completará en los
próximos años. Diré, eso sí, que es una novela muy especial, de ficción pero histórica, cercana que trasciende
lo local, de verdad como la vida misma, tierna y muy dura a la misma vez, que va de menos a más, que desde la narración impersonal o colectiva de un grupo de jóvenes,
de forma intencionada va confundiéndose
con la primera persona y muy personal de uno de ellos, para terminar
envolviéndote y pensando al final que, efectivamente, nos encontramos ante una novela verdaderamente singular, como muy bien la define su editor y nuestro
querido director Salvador de Quinta.
Digo que no, pero no
puedo. No puedo dejar de comentar algo más. En el libro hay dos personas que
dicen algo parecido a lo de mi dedicatoria-deseo
del autor. Son dos defensores y amantes de la libertad, maestros o profesores
del protagonista, del joven que cuenta la historia, la de su pueblo, la
historia que trasciende de lo local. Docentes ambos como lo ha sido, como lo es
el propio autor, uno afirma, “…me han
interesado mucho estos siete capítulos…”; el otro, casi al final pregunta
modestamente tras una poética clase magistral “¿De verdad os ha interesado?”
“Pues
sí, me ha interesado, de verdad, y mucho. También muchas gracias, porque cada vez
que la leo me gusta más mi personal y nominativa dedicatoria. Otro para Usted”.
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